El hambre de Faetón.
Por: Mario Guzmán

Te has despertado, tu saco azul todavía luce una mancha de café del día de ayer. Hurgas entre las bolsas, tienes la tinta negra de repuesto de la pluma fuente. Lo sacudes para despercudirlo. Te lo pones sobre la camisa que no te has quitado para dormir. Ayer no terminaste el cuento que estabas escribiendo. Te miras al espejo, ya no eres el mismo. No escribes con facilidad. Te notas ojeroso sin embargo tienes la astucia de un hombre maduro. Vas al espejo. Te hace falta una rasurada. No tienes ganas de ir a trabajar. Te das una cachetada para terminar de despertar. Te dices a ti mismo:
–El héroe de esta película eres tú, papá.
Vas al noticiario de la televisión. Ya te enteras, lo de siempre. Faetón ha devorado nueve mujeres de tu tierra. Las autoridades dicen que fue La Pitia, pero sabes que la nota es falsa. La Pitia no persigue mujeres. Lo único auténtico, los cadáveres. Allí están, descuartizados. Aprietas los puños de rabia ¿qué sentido tiene vivir en un mundo de injusticias? Vuelves a decir:
— El héroe de esta película eres tú, papá.
En los noticiarios dan cuenta de una marcha en contra de El Faetón para que ya no devoré mujeres. Se ve el barullo de la marcha.
–No fuiste.
— Entiendan machos, es para mujeres. Te espetaron en la jeta y te hiciste aún lado.
— Sí que sí, ya volvimos a salir.
Mierda, te preparas, te armas de valor…
Una orador con suásticas dibujadas en el pecho grita algo.
–Seamos como la cabeza de la hidra.
No alcanzas a escuchar.
–Seamos como la cabeza de la hidra.
Te sorprende ese llamado, pero sabes que todo está en tus manos. Eres tú.
No le prestas atención. Tienes los cartuchos la pluma fuente. Busca un desayuno. Entre el jugo de naranja y los molletes recuerdas el grito:
–Seamos como la cabeza de la hidra.
Sabes que es una metáfora. Se refiere a la multiplicación de la causa contra el gigante. Partes el camino, tomas una góndola, llegas a la biblioteca, allí llegará ella. Ella sabe que has llegado. Está oculta entre el costillar de la ballena que cuelga del techo. Vez muchas sombras, guardias, lectores, empleados. Ella salta con un triple salto mortal hacia atrás. Te encuentras con la hidra, ya sabes lo que tienes que hacer. Como en un sueño dictado tomas el espejo de tu querida mujer. Vez solo su reflejo, luce horrible. Te llama por tu nombre.
— Marión, Marión, voltea, voltea.
No lo harás.
Se acerca para tomarte del hombro. Tú le has calculado. Con la pluma le cortas la cabeza. La tomas sin verla a los ojos, ellas reptan entre tus brazos. La guardas en el saco y sales de la biblioteca José Vasconcelos. El tiempo se detiene. Tomas la góndola y vas hacia la procuraduría de justicia, ahí vive un tal Faetón. El devorador de mujeres. Pasas a la barandilla y te hacen tomar un turno. Esperas. Hay un líquido viscoso escurriendo. La guardia te ve sospechoso.

–LLAMEN A FAETÓN.–gritan al carcelero.
–Faetón, Faetón…
Sale Faetón.
Es una bestia con un solo ojo y arrastra una balanza desvencijada. Ustedes se miran unos instantes. Él babea. Da la impresión de que te querrá comer. Se acerca olisqueando como un perro. Mira el saco. Ve la mancha de café. Seguro no tienes buen aspecto.
Sus miradas se entrecruzan en un duelo infantil.
–Tú eres el héroe de esta película, papá.
Sacas del bolso la cabeza de la hidra. Te volteas y Faetón cae en la trampa, como lo soñaste. Se queda convertido en piedra. La guardia se moviliza.
–Han asesinado a Faetón.
–No, no… lo han convertido en piedra.
–Agárrenlo, agárrenlo.
Te detienen, te llevan a unas galeras que no reconoces, todo está achicharrado.
–¿Cómo se llama la mujer que colabora contigo?
Te has quedado callado. No tienes tiempo para pensar en ella. Mañana ya no habrá más mujeres devoradas en la Persépolis. Lo disfrutas largamente.
Un sopapo te saca de tu trance.
–Queremos que borres esas líneas de esta historia. El procurador no puede ser Faetón, porque Faetón somos todos– te interpela el interrogador.
Sigues mirando el techo quemado de esa galera desconocida.

–Ja, ja, ja. Te carcajeas.

Ya no habrá más noticia de Faetón devorando mujeres.

Fotografía de Yuri Valecillo

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